Por
la estepa solitaria, cual fantasmas vagorosos,
abatidos,
vacilantes, cabizbajos, andrajosos,
se
encaminan los vencidos a su hogar;
Y
al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,
a
la luz opalescente que los cielos alborea,
van
el paso retardando, temerosos de llegar.
Son
los hijos, la esperanza de esta raza poderosa
que,
los campos fecundaron con su sangre valerosa,
arrastra
siempre el triunfo amarrado a su corcel.
Son
los mismos que partieron entre vivas y clamores,
Son
los mismos que exclamaron: ¡¡Volveremos vencedores!!...
Son
los mismos que juraban al contrario derrotar;
Son
los mismos, son los mismos sus caballos sudorosos,
son
los potros impacientes que piazaban ardorosos
de
los parches y clarines del estruendo militar.
Han
sufrido estos soldados los horrores de la guerra,
el
alba en la llanura y las nieves en la sierra,
el
ardor del rojo día de las noches de traición;
el
combate sanguinario, el disparo, la lanzada
-el
acero congelado y la bala caldeada-
y
el empuje del caballo y el aliento del cañón,
pero
más que estos dolores sienten hoy su triste suerte,
y
recuerdan envidiosos el destino del que muerte
encontró
en tierras lejanas, es mejor, mejor morir
que
volver a los hogares con las frentes abatidas,
sin
espada, sin banderas. Y ocultando las heridas,
las
heridas que en la espalda recibieron al huir.
Luis de Oteyza.
